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domingo, 3 de abril de 2011

Enseñando a los niños a Meditar en su Felicidad

Meditación infantil

 Si hay algo que se le antoja a los padres es que sus niñas y niños lleguen a conseguir cuando adultos la tan anhelada dicha y realización que de alguna forma todos buscamos. Pero ¿Cómo empezar a transmitirles algo tan valioso? Sin duda esto puede empezar a transmitírseles desde niños, y no importan la religión o creencia que se tenga, lo importante es que ellos empiecen a sentirse muy seguros de que a pesar de que el mundo parezca muchas veces contradictorio, sin sentido y quizá doloroso, hay una herramienta que los puede acompañar en su aventura de descubrir y realizar la aventura de sus sueños más honestos y sinceros, y esa herramienta se llama meditar.

Lo primero que hay que comprender como padre es que la meditación no es algo en donde uno deba permanecer quieto o abstracto del mundo, la meditación, entre otras cosas, es un medio de conducirnos a ganar consciencia. Ganar consciencia significa que nosotros nos damos cuenta de lo que hacemos y el porqué lo hacemos, llevándonos dicha reflexión a madurar conscientemente nuestras acciones.

Asi pues, esta meditación no requiere que tu niño permanezca quieto ni pensando determinadas cosas, esto no funciona porque los niños son muy inquietos, su atención cambia demasiado de prisa de una cosa a otra, y es imposible, además de inadecuado, obligar a que los niños piensen determinadas cosas porque les restamos su fresca espontaneidad y creatividad.

La Meditación Reflexiva

La meditación activa simplemente consiste en conducir a los pequeños por medio del la reflexión. A partir de los 6 o 7 años, un pequeños ya puede llevar a cabo dicha meditación, la cual tiene como objetivo desarrollar la habilidad de observarse a si mismo y madurar naturalmente por medio de una consciencia y reflexión sus emociones.

Los pasos son los siguientes:

1. Cada vez que intentes reprender a tu pequeño por algo que a tu parecer estuvo incorrecto, debes procurar guiarlo más con preguntas que con las palabras de reprimenda. Sin duda, aprendemos mucho mejor cuando “nos damos cuenta” que cuando alguien nos dice que estuvo “mal” algo que hicimos. Debemos tomar en cuenta que los pequeños aprenden, así como nosotros, experimentando, no tienen ninguna intención, ni “mala ni buena” para hacer las cosas. Sin embargo, se sentirán realmente mal o culpables si les hacemos creer que esta mal que experimenten, irán formándose con el tiempo la idea de que existe algo mal dentro de ellos. Esto puede que no se note en el momento, pero sin duda, entre más se reprende al niño y se le hace sentir que “estuvo mal”, más este se sentirá inseguro, tarde o temprano se rebelará.

2. Guía con preguntas: sin duda, la mejor forma que los pequeños tienen para aprender y valorar lo que hacen, es por medio de la reflexión guiada. Hay que tener las ganas de querer “enseñarles” lo que es “bueno o correcto” y empezar por guiarle con preguntas como: ¿qué crees que sintió tu amigo cuando hiciste eso? ¿Qué sentiste cuando lo hiciste? ¿Cómo podrías haberlo solucionado? Las respuestas que nos den pueden después ser sazonadas con nuestra opinión: “no crees que le dolió” ¿Cómo te hubieras sentido si a ti te hubiese pasado lo mismo?

3. No programar con palabras: Es importante no forzarlo y llevar a cabo esta conducción de una forma muy amistosa, presentarnos ante los pequeño amigablemente y, sobre todo, no caer en en palabras que los definan como algo en particular, así como ”eres malo” “eres injusto” “eres muy desordenado”, etcétera. Hay que recordar que cuando les hablamos así estamos reprogramando su mente, y lo único que hacemos con nuestra actitud es fomentar y reforzar dichas conductas en ellos.

Estos breves pasos, aunque no lo parezca, son previos a la felicidad del próximo adulto, porque aprender a observarnos y a considerar no sólo lo que sentimos, sino lo que sienten los demás, es requisito indispensable para valorar mejor las circunstancias y enriquecer nuestra consciencia, lo cual ayudará a los pequeños a tener un manejo emocional mucho más maduro y consciente, lo cual equivale a una vida más plena y feliz.


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